Nunca en nuestra vida hubiésemos imaginado estar en esta situación ni en una remotamente parecida. He leído a alguien que comentaba que nos estamos construyendo la batallita que les contaremos a nuestros hijos -mejor aún: a nuestros nietos-algún día:
"(Mucho) antes de que nacieseis, nos tuvimos que encerrar en casa durante x meses / semanas, porque hubo una epidemia mundial provocada por lo que llamábamos el coronavirus.
Quedamos cada uno "atrapado" en la casa en que estuviera en ese preciso momento -14 de marzo de 2020-: vuestro padre/abuelo y yo en nuestro mini-piso de entonces, con sus 38 metros construidos; vuestro tío Pacho en la casita que teníamos en un pueblecito de Burgos de 10 habitantes, que durante ese periodo tan extraordinario duplicó su población gracias a los madrileños, entre ellos Pacho y sus amigos (¿conocerán nuestros hijos/nietos La Gallega? ojalá sí); el abuelo/bisabuelo Jami en Comillas, haciendo la mudanza de su casa nueva de Losvia; la abuela/bisabuela Cristina en casa de Luis pero trabajando sin descanso; los abuelos/bisabuelos Lita y Paco en casa en Granada...
Fueron días de lo más extraños, de pura tranquilidad y a la vez una curiosa hiperactividad por buscar con qué entretenernos, en los que limpiábamos más que nunca, cocinábamos más que nunca, leíamos más que nunca... E incluso, por más extraño que pueda parecer, hablábamos más que nunca con la gente que queríamos. Esos días comprendimos lo que era de verdad importante."
Ya superada la fase de adaptación, que nos ha costado un poquito -sobre todo a mí, con días de una angustia difícil de contener-, hemos pasado a un estado de calma dulce. Hemos perdido en cierta manera la noción del tiempo, ya casi nunca sabemos si es martes o viernes o si estamos aún en marzo o ya ha llegado abril. (Nota: ahora mismo es Martes Santo, 7 de abril). Tenemos algunos hábitos, aunque ninguno tan marcado como la salida a "los balcones" (en nuestro caso, sacamos la cabeza por la ventana a falta de balcón...) todos los días a las 20h para aplaudir a los héroes de la pandemia: el personal sanitario, las fuerzas de seguridad, los trabajadores de la cadena de suministro. La verdad es que, para mí, es el momento más feliz del día, llegando en ocasiones a arrancarme alguna lágrima.
Vamos conociendo -aunque sea solo de vista- a nuestros vecinos de los edificios de enfrente: la madre e hija que se asoman por la ventana abuhardillada y que no se parecen físicamente en nada, la madre siempre fiel al momento de homenaje y la hija algo menos constante; la vecina que, cuando aún era de noche a las ocho de la tarde, se asomaba con su casa completamente a oscuras de forma que era imposible determinar si era una mujer, un hombre, su edad... y que desde que se ha hecho de día con el cambio de hora ya veo que es una señora mayor, con aspecto frágil, pero que aún así aplaude con una energía contagiosa y de la que todos los días me despido agitando la mano e incluso a veces lanzándonos un beso en la distancia; la madre rubia con su niño de unos dos años, que se llama Jacobo y que tiene una máquina de hacer pompas que alegra la calle, acompañados en ocasiones de la abuela materna, una señora con aspecto de extranjera, me imagino que es una señora inglesa elegante que lleva ya muchos años en España. El show diario que acompaña los aplausos está siempre compuesto por el Himno de España, Resistiré -que pasó de la versión del Dúo Dinámico a la de los artistas de Cadena 100-, Volveremos a brindar -compuesta para la pandemia por una chica para mí desconocida- y, a veces, con el electro-latino de Quédate en Casa -también "especial coronavirus"-. Algunos días se añade un Cumpleaños Feliz, siempre que algún vecino advierte el día anterior que hay algún cumple en su casa. De fondo escuchamos las sirenas de los coches de policía, que se unen al homenaje y responden agradeciendo a todos que nos quedemos en casa. A mí, en mi cursilería característica, me resulta un ratito mágico.
También hemos aprendido algunas cosas.
Lo primero, a no tomarnos muy en cuenta el uno al otro cuando tenemos malas contestaciones. Esto a mí particularmente siempre me ha costado mucho, porque soy una sensiblona -la dramas, diría Julián-, pero en estas circunstancias me resulta algo más sencillo porque me doy cuenta de que estando confinados es imposible estar siempre de buen humor. Tan fácil como eso. Espero mantenerlo cuando acabe.
Lo segundo, he tomado distancia de la situación tan tremenda que vivimos y de la sobredosis informativa que nos inunda. Los grupos de whatsapp echan humo con las cadenas de textos, vídeos e imágenes con teórica información (a veces cierta, la mayoría desgraciadamente bulos), consejos, chistes, ideas... La televisión se dedica casi en exclusiva a informar también, sobando tanto los temas que inevitablemente cae en el amarillismo y el morbo al que ya están tan acostumbrados. Es una avalancha tal, que a mí dejó de hacerme bien: empezó a crearme ansiedad. Así que he desarrollado una capacidad de abstracción estupenda para mantener la salud mental. Esto a Julián le está costando más. O a lo mejor es que no lo necesita, no lo tengo muy claro.
Por otro lado, estoy dedicando muchísimo tiempo a cosas que normalmente no soy capaz de hacer. Estoy aprendiendo recetas, innovando en la cocina, creando menús semanales sanos con considerables cantidades de legumbre, pescado y, sobre todo, mucha fruta y verdura. La carne casi ni asoma por aquí. He completado la limpieza de ropa (en vista a que nos mudaremos a un piso sin trastero y no me va a caber la barbaridad que tenía) y he ordenado los cajones de mi armario doblando en vertical a lo Marie Kondo. Solo quiero hacerles fotos y enseñarlas a todo el mundo. Vemos varias películas a la semana -y en general estamos eligiendo muy bien!- y seguimos series juntos.
Tratamos también de contribuir algo al mantenimiento de la poca hostelería que se mantiene aún operativa con el envío a domicilio, pidiendo una vez a la semana: los viernes son nuestro día de fiesta. De igual forma, yo intento comprar cosas en comercios españoles y lo más cercanos posible siempre que permitan el envío aplazado a cuando ya hayamos vuelto a la normalidad. Siento que somos unos privilegiados porque no vamos a sentir en nuestras propias carnes la crisis que se nos viene encima y eso nos da una cierta responsabilidad en apoyar a otros para que sus crisis sean cuanto menos incisivas, mejor.
En resumen, todo esto está suponiendo un reto considerable para todos. Y eso que, como digo, aprecio que mi reto es muy pequeño comparado con el de muchos otros. Igualmente trato de tomármelo como un periodo de aprendizaje. Ojalá nos dure. El aprendizaje, no el confinamiento.